Tu abuela es una mentirosa

Tu abuela es una mentirosa. Y peor aún, tu abuela es la peor mentirosa que alguna vez conociste. Lamento ser yo el que te haga saber que todas esas viejas de incansables pliegues y laberintos en el rostro son sencillamente una máquina pulida y recta de la mentira. Se desarrollan en el arte de engañar con los años y rondando los setenta llegan al grado máximo de experticia. Una abuela septuagenaria, sencillamente no comete errores.  No hay detector de mentiras capaz de leer entrelíneas algún tipo de acto fallido o error inconsciente. Les juro, amigos, que todas las abuelas son unas embusteras.

Tu abuela te mintió toda su vida y vos no te diste cuenta. Ni respeto le tuvo a tu niñez que empezó a mentirte cuando eras una criatura. Con destrezas argumentativas adaptadas a tu inocencia te logró convencer que de todos sus nietos vos eras el preferido y nunca pudiste dudar de aquel dogma. Te mintió cuando te dijo que no extrañaba al abuelo porque tenía la suerte de tenerte a vos, que la hacías olvidarlo. Lo cierto es que lo extrañaba -y sigue extrañando- todos los días de su vida, pero para ella es más importante que vos te sientas suficiente. Te mintió, una vez más, cuando te compró ese juguetito con el que estabas encaprichado y te dijo que no le era problema. O cuando te dio esos 200 pesos -en aquél momento poco devaluados- para que te vayas de campamento y le compres un regalo a tu mamá. En realidad las vicisitudes de un país complicado le habían devuelto, a muchísimos años de esfuerzo, una jubilación miserable y los números no cerraban por ningún lado. Tan pocos escrúpulos tienen que hasta nos usaban a nosotros, niños inocentes, de cómplices para salir impunes de sus artimañas. Luego de la mentira venía la advertencia: ni se te ocurra contarle a tu madre de esto.

Tan sabia es la naturaleza que nuestra adolescencia encuentra a las abuelas ya doctoradas en el arte de mentir. El hecho es que no hay cosa más insoportable que un adolescente. Sólo las abuelas tienen las herramientas necesarias para poder adiestrar a estas criaturas de mucha sinceridad y pocos modales. Si serán expertas en su arte que vos que le creíste cuando te dijo que no le molestaba cocinarte otra cosa porque vos, caprichoso, no estabas conforme con el menú que ella te había preparado luego de haberlo pensado toda la semana, porque para una abuela no hay nada más primordial que una cena con sus nietos. Creeme que te descubrió esa vez que no te había gustado ni un poquito la comida y dejaste todo su esfuerzo abandonado en el plato. No te dijo nada, y la semana siguiente se esmeró el doble. Perdón que te lo diga, pero a tu abuela no le gustó tu tatuaje, ni tu piercing, ni tu cambio de look en tu intento de parecer revolucionario, ni tu novio vago de 23 años cuando vos tenías 18, ni tu novia maleducada y malcriada que vivía con cara de orto. No le gustó tu ateísmo absoluto, ni tu férrea fidelidad a la causa del aborto, ni tu obsesiva militancia política. No le gustó ese profundo y sincero odio que le tenías a la injusta sociedad en la que vivías. Tu papá te demostró su disgusto con una severa penitencia y tu vieja te hizo notar su sincera disconformidad, pero tu abuela te convenció de que ese piercing espantoso te quedaba lindo, que tu tatuaje estaba bueno porque ahora se usaban, y que el nuevo look revolucionario combinaba con vos. Te hizo creer que tu novio vago se iba a poner a laburar, que tu novia con cara de orto se iba a amigar con la vida, que tu ateísmo absoluto era genuino si creías en el, que el aborto era una causa legítima si realmentes esas eran tus convicciones y que tu militancia antisistema era lo correcto. Te hizo creer todo esto, porque los años a tu abuela le enseñaron que el momento para pelearle a la humanidad era ese. Sabía que el piercing no era eterno, que el tatuaje no era tan grave y que el cambio de look era pasajero. Tenía muy en claro que en el laberinto vertiginoso de la vida ibas a tener tiempo de replantear tu agnosticismo, tu simpatía con la interrupción voluntaria del embarazo y todas y cada una de tus creencias políticas. Y por qué no, abrazar estas ideas si realmente era en lo que creías, aunque ella no las compartiera. No sabés cómo le partiste el corazón esa vez que le dijiste que te aburría muchísimo escucharla hablar de su papá, que ya te había contado esa historia cien veces. Ella te dijo que no había problema y no volvió a tocar el tema. En realidad, se moría de ganas de contarte el orgullo que le producía aquel increíble hombre, que poco español hablaba, y que redimió a toda una familia con un pequeño comercio. Siempre quiso rescatar a su padre del olvido en el que lo habían hundido los años, hasta habitar solo en la memoria de ella. Creía genuinamente en la idea de que sólo se muere quién se olvida, y se negaba a llevarse a su padre a la ingratitud. Ciertamente tenías razón, aburría la historia de un hombre que nació hace más de cien años, en la primera guerra mundial, cuando todavía la gente andaba en caballo y las principales causas de muerte eran la gripe y la tuberculosis. Pero no te preocupes ni te sientas mal por aquello, no es que los nietos seamos crueles, es que simplemente todavía no aprendimos a mentir.

Tu abuela es un personaje muy extraño que llora desconsoladamente por una estúpida novela pero se vuelve inquebrantable cuando hay que enfrentar la muerte de un ser querido. A las abuelas las sorteamos entre los miembros de la familia para ver quién es el desdichado al que le toca enseñarle a usar el nuevo teléfono celular, o ayudarla a subir al auto, o socorrerla para que pueda comprarse el producto que tanto desea por internet, incluso tenemos que asistirlas para levantar cualquier insignificancia del piso. Pero cuando los reveses de la vida encuentran a la familia tambaleando, esa vieja media obsoleta que no puede subir al auto por sí sola, ni agacharse por la cadera endeble, se torna robusta y sostiene con firmeza el peso de una familia golpeada.

Y si no tenés la suerte de tener a tu mentirosa con vos por ese exabrupto caprichoso al que llaman ciclo de la vida, acordate que tu abuela te mintió hasta su último hálito, cuando te dijo que no la pienses ni pierdas tu valiosísimo tiempo de adulto activo en la nostalgia de su muerte. Siempre quiso que las rememores como esa persona incansablemente feliz, inmune a las angustias y a los desconsuelos que producen las pérdidas inexorables del paso del tiempo. Porque para un nieto una abuela no sufre, una abuela no llora, para un nieto una abuela se acostumbró tanto a las arbitrariedades inagotables de la vida que las lleva con una sospechosa normalidad. La realidad es que le pone una careta de alegría y maquilla un dolor insondable que sólo ella en este mundo conoce. Nos engañaron, todo este tiempo, nos hicieron creer que eran inmortales y alegres perpetuamente. Pero en el fondo, muy en el fondo, quieren que las desenmascaremos y descubramos que todo fue una gran mentira. Quieren que revelemos que lloraron por las mismas cosas que nosotros y que las muertes le calaron tan profundo como a vos. Quieren que sepamos que en esta gran estafa en la que nos hundieron a todos, ellas siempre caminaron a la par nuestra sufriendo en simultáneo, pero nos mintieron, solamente para hacernos la vida, un poco, solo un poquito, más fácil. Al fin y al cabo, ellas quieren que las recordemos siempre como las peores mentirosas que alguna vez conocimos.

Tomás Hodgers
tomashdg

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