El penalista del sexto piso.

El penalista del sexto piso

Jamás sentí la más mínima compasión por los viejos, ya bastante afortunados son de llegar a ancianos como para que la gente ande sintiendo misericordia por ellos. Cuando la senectud me encuentre espero no despertar ese sentimiento tan miserable como es la lástima. Quién no se ha conmovido con un viejito porque no podía subir al colectivo sin el socorro de algún lazarillo voluntario de por ahí, o sencillamente por tener que insistir reiteradas veces en la repetición de alguna oración debido a la penuria de sus órganos auditivos. En ocasiones cavilo sobre si algún día seré un minusválido obsoleto que necesite que alguien lo ayude a lavarse las bolas porque la artrosis lo ha convertido en un maniquí, o sí, gracias a Dios, Tánatos me encuentra antes. Como abogado exitoso, y sobre todo respetado, jamás me permitiría someterme al escarnio de algunos jóvenes irreverentes sin el más mínimo respeto hacia las canas.

Quizás es por esto que siempre sentí cierta admiración por el colega septuagenario del sexto piso de mi edificio. El viejo era un penalista emérito del que me sorprendía de sobremanera la placidez con la que llevaba su profunda soledad. Era un tipo alto y de ojos celestes, aún le quedaban algunos cabellos que peinaba prolijamente hacia atrás con gomina. Se notaba por su elegancia y altanería que en su juventud había sido bendecido con un atractivo excepcional, el mismo le había permitido -junto con la dicción seductora propia de la profesión- conquistar a la que fue, según me cuentan, la mujer más hermosa que se ha visto desfilar por los pasillos de los tribunales de Rosario. Investigué que habían tenido tres hijos antes de que la magistrado se disparara un escopetazo en la cabeza en la casa que tenían en Pinamar, casa que el hombre vendió algunos años después por los pésimos recuerdos que le suscitaba. De los hijos, sólo se sabe que ninguno queda en la ciudad y que han optado por rendir a su padre a la miseria del abandono absoluto, que el viejo parece llevar con una particular soberbia y naturalidad. Algunos abogados de tribunales me han dicho que lo ven mejor que nunca. 

Fue en uno de los inviernos más crudos de los últimos años cuando conocí al viejo Luis. 
—¿Subís?— me preguntó mientras sostenía el maletín en el sensor para que no se cierra la puerta.
—Sí, sí— le respondí apurado— Gracias. 
—Me enteré que tenés la causa de Perez Iturraspe ¿vas a apelar?— largó serio, mientras notaba mi cara de genuina sorpresa al escuchar la pregunta. 
—No creo— repliqué desanimado— ese caso está perdido, tiene 10 años adentro seguro, nos la dieron por la cabeza. 
—Impugnales la pericial psicológica, está hecha como el orto. Jamás puede ser admisible— sacó un pañuelo del bolsillo para sonarse la nariz y siguió— esa psicóloga, la Licenciada Heredia, nunca en su puta vida presentó un dictamen cómo la gente, chequealo y después me decís. Yo pediría la nulidad— cerró en el instante mismo en el que el ascensor desembarcó en el piso seis y el viejo se bajó. 
Pedí la nulidad y algunos meses después logré la insanía e inculpabilidad de mi cliente que había matado de cuatro tiros a su primo porque se había acostado con su mujer. Esa noche compré un scotch y fui a tocarle la puerta del departamento a Luis. 
—¿Qué pasa?— consultó reluctante.
—Gané— contesté entusiasmado— ni un año. Y todo gracias a vos. Te traje un regalo.
—Pasá— cerró impertérrito. 
Desde aquella noche, nuestras tumultuosas rutinas siempre encontraban un descanso, generalmente a la madrugada, para compartir un buen whiskey y descomponer algún intrincado caso al que no le encontrábamos la vuelta. El viejo tenía un estudio imponente rebalsado de estantes y anaqueles inundados de libros de Derecho. La erudición del penalista me despertaba una auténtica y profunda admiración. Se sentaba del otro lado de la mesa del escritorio y agarraba la pequeña balanza dorada que tenía en representación de la justicia, mientras jugaba como un niño con el artefacto evocaba a Sócrates, se deleitaba con el estoicismo de Séneca o rememoraba la lógica deóntica de Höffler. Con la tenue luz del velador iluminando su cara avejentada, el estudio se transformaba en un oráculo interminable. 

Con el tiempo, el énfasis de los coloquios dejó de estar en los engorrosos casos de derecho penal, y empezamos a ocuparnos de las frivolidades cotidianas y hasta nos dábamos el lujo de alguna partida de Ajedrez en las que siempre me derrotaba con facilidad. 
—Poe, en los crímenes de la calle Morgue, explica que el Ajedrez se trata de un juego sólo de atención y que nada tiene que ver con la inteligencia— me dijo mientra movía la reina— en cambio— siguió— el juego de Damas, requiere un nivel de intelecto y suspicacia superlativo, ya que hay un solo movimiento y las variaciones son mínimas ¿usted sabe jugar a Las Damas?— Luis siempre me usteaba. 
—Más o menos— le respondí— prefiero el Ajedrez. 
—Yo tambíen— me dijo— la atención, para nuestra profesión, es mucho más elemental que la inteligencia, sabe usted. Es fundamental para ser un buen penalista la pesquisa de los más imperceptibles detalles del caso. ¿usted se considera un hombre atento?.
—No sé si lo suficiente— repliqué cabizbajo.
—Pues debería— movió el caballo de escaque— jaque mate

Una noche le comenté, haciendo una retrospección quizás demasiado sincera, que en mis 42 años no me encontraba donde hubiese querido a los 20. 
—Lo único que realmente me motiva son mis dos hijos ¿sabe?. Julián y Valentín son mi único estímulo hoy en día. No hay caso lo suficientemente mayúsculo para movilizarme, creo que todo me da igual. Si no fuese por mis hijos yo no sé qué haría. 
—¿Cuántos años tienen sus hijos?— me preguntó. 
—Tres Julián y once Valentín ¿Por qué?. 
—Mera curiosidad. ¿Está casado?.
—Divorciado— tomé aire y me animé a hacerle una pregunta intrépida que venía elucubrando hace tiempo pero nunca había juntado el valor para hacerla— ¿puedo saber qué pasó con su mujer?
—Se voló los sesos. Una loca— dijo cortante dejandome poco lugar a una réplica, que tuve que forzar.  
—Dicen que era una mujer muy respetada en tribunales y que además tenía una belleza deslumbrante. Sé que fue jueza penal hasta que cayó en depresión. Dicen que desde que abandonó el juzgado no se volvió a saber de ella hasta la noticia del suicidio.
—Correcto. Veo que es más atento de lo usted mismo cree. Sí, jueza jueza penal, yo la puse ahí. Se pudrió todo cuando quiso acusarme de violación públicamente— en ese instante no pude disimular la cara de espanto y sorpresa— me quiso inventar una causa— concluyó.
—¿Cómo que le quiso inventar una causa?— le pregunté pasmado. 
—Me acusaba de violar a mis tres hijos. Ya le digo, una loca— soltó una risita— me dijo que ella sabía que yo había abusado de mis tres hijos cuando tenían entre 5 y 10 años. Me sorprendió ver cómo abandonó por primera vez en su vida la investidura de avezada jurista para transformarse en una madre compulsiva e irracional. Me dijo que mis pibes le habían confesado todo, que los violé durante 5 años de todas las maneras posibles y que iba a pagar por aquello. Un día me esperaron los cuatro, acá en este mismo estudio, cuando volvía de una audiencia. Mis tres hijos me miraban con odio y mi mujer intentantaba actuar, pésimamente, una inexistente endereza. La artimaña maquiavélica que había diseñado mi mujer me sorprendió. Me pidieron en ese entonces varios millones y la casa de Pinamar. Si no aceptás te cagamos la vida, viejo, largó mi hijo mayor desde el sillón de cuero marrón. Después continuó: no te queda otra papá. Ya sabemos que está todo prescripto y no tenemos pruebas, pero sabés el quilombito que te vamos a armar. Te vas a tener que ir del país, vas a salir en todos lados. Vamos a decir que nos violaste todas las noches durante diez años. Que venías a nuestro cuarto cuando dormíamos. Vamos a decir que al principio nos tocabas, pero con el tiempo comenzaste a violarnos a todos. También vamos a relatar cómo te paseabas por las habitaciones eligiendo con cual de los tres te ibas a entretener esa noche. Ya tenemos hablados un par de medios que se interesaron por la noticia. Diremos que estamos tan traumados que vamos a tener que dejar el país para rearmar nuestras vidas. Más te vale viejo que nos pagues lo que pedimos. Mi propio hijo ¿entendés?. Todo por esa delirante de mierda. ¿Usted qué hubiese hecho?— me interrogó mirándome y notando mi palidez evidente. 
—¿Yo?— respondí descolocado— No sé, Luis. No puedo creer lo que me está contando, su propia familia.
—Yo me equivoqué, es cierto que no les di el suficiente amor a mis hijos, ni la preponderancia que quizás necesitaban, pero yo no merecía esto. Aquella noche me levanté sin emitir sonido. Los intercepté a la mañana siguiente, después de cavilar absorto la noche anterior sobre las posible soluciones al arrinconamiento en el que me encontraba. Primero me dirigí a mi mujer, le comenté que lo primero que iba a hacer era hablar con algunos amigos que tenía en el Jurado de Enjuiciamiento para abrirle cuanto antes un iuris y removerla. También le dije que ya tenía diagramada la demanda por Calumnias e Injurias que iba a presentar en el mismo momento que ella se atreviera a difamarme. Después apunté contra el mayor de mis hijos, recién recibido. Y vos, pendejo de mierda, voy a hablar con el Dr. Bustamante para que te raje cuánto antes. 
—¿Y? ¿Qué pasó después?— le pregunté ansioso. 
—Presentaron la denuncia. Tuve la suerte que la causa cayó en el juzgado de un juez amigo que la cajoneó apenas le llegó, el hombre me conocía y sabía que yo no era capaz de semejante aberración. Los medios me salieron un poco más caro, pero llegamos a un arreglo para su silencio. A la loca de mi mujer la destituyeron y se fue a vivir a Pinamar, después de dos años se pegó el tiro, como usted ya sabe. Mi hijo mayor se fue a vivir a Dinamarca y nunca pudo ejercer la abogacía. Los otros dos están en Australia. Así fue como me quedé acá sólo, con lo único que me acompañó toda mi vida: mi profesión— concluyó. 
—¿Por qué inventarían todo eso? ¿Sólo por guita?— lo apuré. 
—¿Y usted por qué defendió un asesino que mató de cinco balazos a su primo? ¿Sólo por guita?— me acorraló como lo hacía en los escaques del Ajedrez. 
—¿Sea sincero, qué tanto es verdad de lo que se lo acusaba?— lo consulté derrotado. 
—Absolutamente nada. Usted me conoce— cerró. 

Si bien el viejo tenía aspectos oscuros en su personalidad, tenía una intachable carrera y un historial envidiable. Nunca había tenido una sola denuncia en el tribunal de ética y era el profesor más prestigioso de la universidad. La historia que me había relatado con lujo de detalles resultaba lógica y para nada descabellada. A veces me cuestionaba su inocencia ¿pero que importaba?. Tenía 77 años y en cana no iba a ir. En cambio, estaba cumpliendo su condena en un oscuro y sórdido estudio, rodeado de libros y una soledad abrumadora que sólo yo, en ocasiones, aligeraba. Pasaron dos años desde la noche que me contó aquella anécdota que terminó con sus tres hijos exiliados y su mujer con una bala en la cabeza. Hoy me desperté en lo que pensé que sería un día rutinario, como cualquier otro. Fui a despertar a Julián para ir al colegio, faltaban cinco días para su cumpleaños. La cama estaba vacía y prolijamente tendida. Sobre ella había tres cosas: una pequeña balanza de justicia, un tablero de Damas y los crímenes de la calle Morgue, de Poe.

Tomas Hodgers
tomashdg

Comentarios

  1. Fuaa hermano, me voló la cabeza. Totalmente hermoso.

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  2. Hola, me encantó pero, perdón, no termino de entender el final..

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  3. Tengo dudas del final, tengo hipótesis de lo que quiere expresar pero no logro entenderlo.

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  4. Te descubrí en un posteo de instagram. Me asombro la forma de tu relato. Te busque y encontré tu blog. No sé cómo seras como abogado, pero escribiendo tenés un gran talento. Espero que sigas escribiendo. Tenés un estilo atrapante, lo más difícil de lograr. Abrazo

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  5. Totalmente atrapante. Me dejó delirando. Gracias por la historia

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